“De
Walter Benjamin a Max Horkheimer y Theodor W. Adorno”
Introducción
Jesús
Martín Barbero en su artículo: “Industria
cultural: capitalismo y legitimación” expresa “Benjamin versus Adorno”, busca mostrar
una oposición entre, “La obra de arte en
la época de su reproductibilidad técnica”, de Walter Benjamin, y “La industria
cultural”, de Max Horkheimer y Theodor W.
Adorno.
¿Existe
una oposición entre Benjamin y Adorno? ¿O el trabajo de Benjamin bien podría
haber sido el prólogo de “Dialéctica del Iluminismo”, el libro que contiene el
capítulo “La industria cultural”?
¿O
fueron manos editoras de “La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica”, que la emparentaron con “La industria cultural”? Nada más ni nada
menos, que la manipulación de alguno de sus amigos devenidos en editores.
Tomando en cuenta lo expresado por el mismo Barbero, “las relaciones de
Benjamin con Adorno y Horkheimer —éstos en Nueva York ayudándole los últimos
años con el pago de artículos mientras aquél vivía su exilio errante en Europa—
no fueron tan amistosas, es decir, igualitarias. No sólo Benjamin fue
reconvenido con frecuencia por su heterodoxia, sino que sus amigos editores se
permitieron alterar expresiones y retrasar indefinidamente la publicación de
textos.”[1]
El
objetivo de este trabajo es dar respuesta a los dos primeros interrogantes, tomando en cuenta en primera
instancia el texto de Benjamin con respecto al de Adorno, y analizando todo
esto en correlación al texto de Barbero. La pregunta posterior quedara en el
plano de las fantasías de muchos, imposible de demostrar, al menos en este
trabajo.
De Benjamin a Horkheimer y Adorno
Benjamin analiza la fotografía y el
cine, especialmente, porque eran las manifestaciones artísticas más novedosas
en el tiempo en el que el artículo fue escrito (1936). Es necesario tener en
cuenta a la hora de hacer interpretaciones, que, en 1933, Adolf Hitler era
Canciller en Alemania, la persecución judía había comenzado, aunque lo peor
estaba por venir.
Adorno y Horkheimer, en cambio,
amplían el espectro. La radio, plenamente instalada, es objeto de un análisis
minucioso, como uno de los grandes instrumentos de la industria cultural, al
igual que el cine. No es la misma realidad la que viven más de una década
después (1947), en Estados Unidos. Las heridas, del nazismo y el holocausto,
sangran profusamente en sus corazones.
Benjamin
discurre sus secciones hablando, en
principio, de la reproducción de las obras de arte. “El aquí y ahora del
original constituye el concepto de su autenticidad. (…) la reproducción manual,
(…) es catalogada como falsificación, lo auténtico conserva su autoridad plena,
mientras que no ocurre lo mismo cara a la reproducción técnica.” “(…) la
autenticidad no es susceptible de que se la reproduzca, (…)[2]
Luego introduce lo que él denomina el “aura” de la obra de arte. “Definiremos
esta última como la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que
pueda estar). Descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada una
cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa,
eso es aspirar el aura de esas montañas, de esa rama.” “Resumiendo (…): en la
época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el
aura de ésta. (…)Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en
el lugar de una presencia irrepetible.” [3]
Adorno y Horkheimer escriben el
capítulo “La industria Cultural” como los testigos de un crimen del que hay que
dar cuenta en forma ultra pormenorizada. Comienzan sentenciando con el título y continúan “La cultura marca hoy
todo con un rasgo de semejanza.”[4]
Dejan así bien claro que ya todo es copia de todo. No existen originales
auténticos porque estos ya son reproducciones de otros facsímiles.
“Cuanto más sólidas se vuelven las
posiciones de la industria cultural, tanto más brutal y sumariamente puede
permitirse proceder con las necesidades de los consumidores, producirlas,
dirigirlas, disciplinarlas, suprimir incluso la diversión: para el progreso
cultural no existe aquí límite alguno. (…) Divertirse significa siempre que no
hay que pensar, que hay que olvidar el dolor, incluso allí donde se muestra.
(…). Es, en verdad, huida, (…) del último pensamiento de resistencia que
esa realidad haya podido dejar aún. La liberación que promete la diversión es
liberación del pensamiento en cuanto negación.”[5]
La diversión creativa muere dando paso a una diversión pasatista, a una
diversión que anestesia los sentidos y, por lo tanto, todo enfrentamiento
posible. Aquello que veía Benjamin comenzar, ellos lo ven absolutamente
instalado.
Otro punto de continuidad entre lo
escrito por Benjamin y Adorno con Horkheimer, se encuentra en el cine.
Benjamin expresa en “Los
noticiarios, por ejemplo, abren para todos la perspectiva de ascender de
transeúntes a comparsas en la pantalla. De este modo puede en ciertos casos
hasta verse incluido en una obra de arte (…). Cualquier hombre aspirará hoy a
participar en un rodaje. (…) Con las innovaciones en los mecanismos de
transmisión, que permiten que el orador sea escuchado durante su discurso por
un número ilimitado de auditores y que poco después sea visto por un número
también ilimitado de espectadores, se convierte en primordial la presentación
del hombre político ante esos aparatos. (…). La radio y el cine no sólo
modifican la función del actor profesional, sino que cambian también la de
quienes, como los gobernantes, se presentan ante sus mecanismos. Sin perjuicio
de los diversos cometidos específicos de ambos, la dirección de dicho cambio es
la misma en lo que respecta al actor de cine y al gobernante. Aspira, bajo
determinadas condiciones sociales, a exhibir sus actuaciones de manera más
comprobable e incluso más asumible. De lo cual resulta una nueva selección, una
selección ante esos aparatos, y de ella salen vencedores el dictador y la estrella de cine. (…)Los
movimientos de masas se exponen más claramente ante los aparatos que ante el
ojo humano. (…) Esto es, que los movimientos de masas y también la guerra
representan una forma de comportamiento humano especialmente adecuada a los
aparatos técnicos. (…) La humanidad, (…), se ha convertido ahora en espectáculo
de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su
propia destrucción como un goce estético de primer orden. Este es el
esteticismo de la política que el fascismo propugna.”[6]
Para él el cine es el elemento que seduce tanto a la masa como al dictador,
pero beneficia solo al dictador. Por este medio podrá, el tirano, mostrar a su gusto aquello que más le convenga
a la hora de la manipulación, tanto sus
discursos, como una manifestación a su favor, o la guerra.
Horkheimer y Adorno enuncian: “Los
campos en que ondean espigas de trigo en la parte final de El gran dictador de Chaplin desmienten el discurso antifascista en favor
de la libertad. Esos campos se asemejan a la rubia cabellera de la muchacha
alemana cuya vida en el campo bajo el viento de verano es fotografiada por la
UFA (Üniversum
Film AG, productora cinematográfica alemana, creada con apoyo estatal en 1918). (…) «Ninguno
tendrá frío ni hambre; quien no obstante lo haga, terminará en un campo de
concentración»: este lema chistoso,
proveniente de la Alemania nazi, podría figurar como máxima en todos los
portales de la industria cultural. (…) Aquel a quien no se provee de algún modo
fuera está destinado a los campos de concentración, en todo caso al infierno del
trabajo más bajo y de los suburbios.”[7]
Las heridas de sus corazones sangran al reconocer los signos de aquello que
tanto dolor causó a la humanidad, al entender que fácilmente esto es a la vez
que antesala ideológica, continuación, de aquello que vieron concluir en el
holocausto.
Conclusión
Barbero, expone con respecto a la
obra de Horkheimer
y Adorno: “Los populismos, fascistas o no, han predicado siempre las
excelencias del realismo y han exigido a los artistas obras que transparenten los
significados y que conecten directamente con la sensibilidad popular. Pero la
crítica de Adorno, (…). Huele demasiado a un aristocratismo cultural que se
niega a aceptar la existencia de una pluralidad de experiencias estéticas, una
pluralidad de los modos de hacer y usar socialmente el arte.”[8]
En contraposición pronuncia: “Ahí
está todo: la nueva sensibilidad de las masas es la del acercamiento ese que
para Adorno era el signo nefasto de su necesidad de engullimiento y rencor
resulta para Benjamin un signo sí pero no de una conciencia acrítica, sino de una
larga transformación social, la de la conquista del sentido para lo igual en el
mundo. (…)De lo que habla la muerte del aura en la obra de arte no es tanto de
arte como de esa nueva percepción que, rompiendo la envoltura, el halo, el
brillo de las cosas, pone a los hombres, a cualquier hombre, al hombre de la
masa en posición de usarlas y gozarlas.”[9]
Barbero a través de estas
expresiones nos muestra cómo se queda en la periferia de los textos y pierde el
fondo de la cuestión, la dominación de las masas a través de los mismos
instrumentos utilizados para la reproducción y acercamiento del arte para el
supuesto uso y goce de todos. Y es el fondo de los textos porque entre un arte
para todos y muerte para todos, esta última es la que t
No existe oposición. Por lo tanto,
la obra de Walter Benjamin es prólogo de lo que luego fue la “Dialéctica de la
Ilustración” de Max Horkheimer y Theodor W. Adorno.
[1]
Martín Barbero, Jesús (1987). Industria
Cultural: Capitalismo y Legitimación. Barcelona. G. Gilli. Pag. 6
[2] Benjamin,
W. (1989). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Bs As.
Taurus. Pag. 3
[3]
Ídem anterior. Pag. 3 y 4
[4] M.
Horkheimer y Th. W. Adorno. (1994).
Dialéctica del Iluminismo. Trotta. Valladolid. Pag. 165
[5] Ídem
anterior. Pag. 189 (cursiva agregada por la autora del presente)
[6] Benjamin,
W. (1989). La obra de arte en la época de
… . Bs As. Taurus. Pag. 11, 19 y 20
[7] M.
Horkheimer y Th. W. Adorno. (1994). Dialéctica del Iluminismo. Trotta.
Valladolid. Pag. 193, 194 y 195
[8] Martín Barbero, Jesús (1987). Industria
Cultural: Capitalismo y Legitimación. Barcelona. G. Gilli. Pag. 5
[9]
Ídem anterior. Pag. 7
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