lunes, 30 de junio de 2014

LA PASCUA EVANGELISTA




Una mirada a las ovejas que no pertenecen al gran rebaño del Papa Francisco.
La Iglesia Evangélica Bautista de Avellaneda Norte.

Estoy en la localidad de Piñeiro, en el partido de Avellaneda. Mientras camino por calle Chile hasta el 781, observo un edificio que sobresale del resto de casas bajas. Tiene forma de iglesia y un enorme cartel. Cartel que me recuerda los de ventas, negocios en general, tanto por los colores como por el formato.
Llego a la puerta principal, de madera maciza, e intento ingresar. Mi amiga Silvina, que me esperaba, me avisa que ingrese por el costado. A unos tres metros, a la derecha de la puerta principal. Allí hay una puerta común, de acceso al patio, por la que están ingresando varias personas.
Al entrar me encuentro con una enorme mesa con manteles inmaculadamente blancos. Eso era intrigante para cualquier persona que no perteneciera al grupo habitué. Más para mí, que trabajo de intrigante. Silvina, me librará de la curiosidad al explicarme que van a servir el “Desayuno Pascual”.  “¡Que buena idea!”, pensé.
La puerta al “desayuno pascual” estaba abierta a cualquier persona que pasara por la vereda y accediera a ingresar. Silvina, que además vive a dos cuadras de allí, me comentó que los vecinos tienen respeto por la iglesia, pero que en la gran mayoría de estos eventos no se animan a entrar.
Los presentes se me acercan, sonrientes y amorosos, y me saludan como si fueran mis amigos, o como si hubiera entrado alguna celebridad a la que quieren besar y abrazar.  Pienso: “serán siempre así, o fingen para las cámaras”. No saben que voy a escribir sobre ellos. Solo que estoy ahí porque me invitó mi amiga, Silvina.
Silvina es una abuela de 94 años. Desde hace ya unos 5 años forma parte de este rebaño. Rebaño que tiene un Pastor, Daniel. Daniel tiene una esposa, Ruth. Ambos tienen un hijo, Pablo, Pablito, el chiquito. El chiquito tiene 20 años y mide casi un metro ochenta. Mi rostro coleccionó los besos de todos ellos.
Observo todo y pienso, “¿será que todos los evangelistas celebran así la pascua?” Ipso facto pregunto, a Silvina, si es tradición de los evangelistas el “desayuno pascual”. Silvinita, primero me corrige “evangélicos no evangelistas”, y me corrobora que si lo es, pero por lo que ella conoce, sólo de la denominación Bautista.
Silvina es una hermosa mujer, dulce, su sonrisa y su voz, emanan el perfume de la ternura. Ella es feliz al tener toda mi atención. No es necesario que indague como la tratan los evangelistas, o evangélicos, pues a cada minuto nos interrumpen para tener alguna expresión de amor. Un beso, un “abracito”, un “te amamos”, un “¡qué bueno que vino tú hija!”. Sil corrige, “¡No, una amiga!”
Pasaron unos 45 minutos del pantagruélico “desayuno pascual” y nos invitaron a pasar al templo. Allí dejo a Sil para hablar con un grupo de personas que están adelante en ronda, tomadas de las manos, con los ojos cerrados y hablando. Trato de saber qué clase de ritual están representando, aunque creo están rezando. Después me dijeron que estaban orando, que se diferencia del rezar católico porque no repiten letanías o frases. Me explicaron “cuando oramos estamos hablando con nuestro papá, con esa familiaridad y  con ese amor”.
Observé el interior del templo y lo primero que llamó mi atención fue que estaba, casi, libre de ornamentos. Los bancos de madera, con un tipo de estilo antiguo, eran asientos no reclinatorios. Las cortinas de un suave color mostaza sin más adorno que la belleza del brocado. Detrás del púlpito se yergue una especie de pecera gigante, sin peces y sin agua. Por encima de ella una fina cruz de madera.
Una joven detrás del púlpito comenzó a decir, de una manera un tanto extraña, que estaba muy triste por “la muerte de Jesucristo”, se la veía amargada y compungida. De pronto, jóvenes desde los asientos hablaban con ella.
-¿No te enteraste? RE SU CI TO
-¿Cómo que resucito?- contestó ella
-¡Jesucristo resucitó, Laura!
-¡Que alegría, resucito!- dijo ella. Mientras los músicos comenzaron a tocar. Ella comenzó a cantar. Y todos la seguían con la letra puesta en una pantalla a la derecha del púlpito.
Los rostros de todos se veían verdaderamente felices al cantar. De pronto me encontré cantando y saltando con todos como si fuera una más. Un pensamiento me frenó, “¿será que me lleva la histeria colectiva?”. La verdad es que ellos están felices, si hay histeria, esta vez, es solo mía.

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