¡Ardiente y Pasional!
Esta joven uruguaya cuenta su historia y
cómo su pasión por el tango impregna todas las áreas de su vida.
Será mujer o junco, ¿cuando hace una quebrada? ¿Tendrá resorte o cuerda
para mover los pies? Bailando es una fiera… ¡Y se muere por bailar!
Con solo un 1,50 de estatura y un enorme corazón, Mónica
Linares se reparte entre su adoración por el tango y su amor por el
prójimo.
Nacida en Uruguay un 27 de septiembre de 1975, es Argentina
desde 1984. Traga saliva y trata de disimular el dolor que salta por sus ojos
al recordar ese tiempo. Recuerda "la enorme soledad" que
sentía como un profundo hueco en medio de su corazón.
Se mira a través de la distancia y se ve introvertida. Nadie
puede imaginar esa niña con la, casi, súper mujer, tan extrovertida que es hoy. Se queda pensando
y sentencia: “Ese es el
tango. Te hace sacar todo para afuera”. El tango, la
vida, o el tango y la vida, sea como sea, salió del escondite.
Las lágrimas la desbordan, y no puede
disimular cuando recuerda a su padre colocando chicles en algunos
agujeritos de una casilla semidestruida que alquilaban en Bandfield, barrio en el que aún vive. Antes, un Hotel en Constitución, un lugar en Chacarita, ambos más tristes y olvidables que la casucha. Lejos de abuela, tíos, primos, familia. Lejos muy lejos.
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Mónica Linares bailando tango en la feria de San Telmo |
Al tango llega siguiendo a su novio de ese momento, hoy su esposo,
Benjamín Grisoni, su primer profesor. Se le iluminan los ojos cuando habla de
él. Con Benjamín comparten desde hace 20 años, una vida y un proyecto que los
une, el tango.
“Me apegué mucho más al tango, después
que intenté estudiar Derecho y me desilusionó”, asegura. Ella se enamora más y
más del tango y lo más importante es que ve que se puede vivir con él.
“El tango me abrió muchas puertas”, reflexiona. Desde enseñar a un
millonario italiano como a Facundo Arana y Natalia Oreiro, para la novela que
protagonizaban en canal 13, “Sos mi vida”. De este momento tiene los mejores
recuerdos, especialmente teniendo en cuenta que para enseñarles ella debió
bailar con Facundo. Bailar tango es un juego de seducción, y como ella misma
dice: “abrazas a tu compañero y es como
si lo conocieras de toda la vida, aunque todavía no sepas ni su nombre.” A
partir de ahí es posible imaginar este momento especial. Sonríe con picardía al
hablar de un recuerdo muy “singular” cuando le enseñaba el paso en el que
hombre toma a la mujer, al estar ella de espalda a él, y ambos bien pegados
bajan hasta casi el ras del piso y vuelven a subir. Algo por lo que seguramente
muchas mujeres la envidiaron y la envidiarán.
No le quedan casi lugares dónde no haya trabajado, ya sea como
bailarina, como docente o como bailarina y docente. Todas las combinaciones
posibles. En Madero Tango, La Ventana, El Viejo Almacén, Piazzola Tango, en la
Confitería Ideal con Victor y Mónica Ayos, los padres de la actriz, y en la Escuela
Argentina de Tango, para mencionar
algunos de los tantos lugares.
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Publicidad de una de sus compañias |
En el 2010 aceptaron la concesión
de unos carritos de licuados en la costa para poder generar el capital
necesario para armar un lugar de tango propio. Lo llevó adelante junto con su
esposo y su hijo. “Laburamos muchísimo. Llegué
a llorar de cansancio”, recuerda. Sin embargo ganó lo que necesitaba para su
emprendimiento. Hoy el balance de ese momento puntual es positivo, trabajar en
la playa le enseñó mucho. Todo fue invertido en un centro cultural, al que
llamaron “VANGUARDIA SUR”, su última gestión independiente. “Era el sueño del
pibe ese lugar”, dice con cierta nostalgia. Pero el proyecto duró solo un año:
“el tipo se fue con la plata a Italia, la casa no era de él sino que era tomada.
Se llevó nuestros esfuerzos, nuestros ahorros y parte de nuestros sueños”,
evoca con tristeza.
Por ese anhelo de que el tango llegue a todas partes y por ese amor por
el prójimo que se le escurre por los poros, comienza a trabajar en Villa
Albertina. Junto con otros artistas armaron un proyecto para llevar arte, como
un medio para mejorar la calidad de vida de los niños. “El primer día, una de mis compañeras llevó 3 limones verdes para hacer
malabares y los chicos se los querían comer. Creíamos que era broma, hasta que
vimos que era verdad. Nos encontramos con una problemática que cambió el eje”,
una vez más llora al rememorar ese momento. Buscaron quienes les donaran
alimentos y cada sábado les preparaban comida antes de enseñarles. Por
cuestiones políticas hoy no les permiten continuar con la actividad.
“Cuando empecé no había jóvenes
en el tango, íbamos a las milongas y los dueños nos daban cualquier cosa, con
tal de que nos quedáramos. No querían que se le vayan los pibes”, rememora. Por
eso, en principio, lo único que quería era ser bailarina. Hoy su objetivo es
apostar a la producción, a la docencia y elegir qué hacer como bailarina. Su
hermano, a quién le enseñó ella, tiene una Escuela de Tango en Italia, pero ella prefiere quedarse y seguir
apostando por Argentina. Esta pequeña gran mujer podría vivir hoy en la
comodidad de Europa, ganar en Euros, ser la niña mimada. Sin embargo, elige
vivir en Bandfield, seguir luchando y no darse por vencida.