Una mirada a las
ovejas que no pertenecen al gran rebaño del Papa Francisco.
La Iglesia Evangélica
Bautista de Avellaneda Norte.
Estoy en la localidad
de Piñeiro, en el partido de Avellaneda. Mientras camino por calle Chile hasta el
781, observo un edificio que sobresale del resto de casas bajas. Tiene forma de
iglesia y un enorme cartel. Cartel que me recuerda los de ventas, negocios en
general, tanto por los colores como por el formato.
Llego a la puerta
principal, de madera maciza, e intento ingresar. Mi amiga Silvina, que me
esperaba, me avisa que ingrese por el costado. A unos tres metros, a la derecha
de la puerta principal. Allí hay una puerta común, de acceso al patio, por la
que están ingresando varias personas.
Al entrar me encuentro
con una enorme mesa con manteles inmaculadamente blancos. Eso era intrigante
para cualquier persona que no perteneciera al grupo habitué. Más para mí, que
trabajo de intrigante. Silvina, me librará de la curiosidad al explicarme que
van a servir el “Desayuno Pascual”. “¡Que
buena idea!”, pensé.
La puerta al “desayuno
pascual” estaba abierta a cualquier persona que pasara por la vereda y
accediera a ingresar. Silvina, que además vive a dos cuadras de allí, me
comentó que los vecinos tienen respeto por la iglesia, pero que en la gran
mayoría de estos eventos no se animan a entrar.
Los presentes se me
acercan, sonrientes y amorosos, y me saludan como si fueran mis amigos, o como
si hubiera entrado alguna celebridad a la que quieren besar y abrazar. Pienso: “serán siempre así, o fingen para las
cámaras”. No saben que voy a escribir sobre ellos. Solo que estoy ahí porque me
invitó mi amiga, Silvina.
Silvina es una abuela
de 94 años. Desde hace ya unos 5 años forma parte de este rebaño. Rebaño que tiene
un Pastor, Daniel. Daniel tiene una esposa, Ruth. Ambos tienen un hijo, Pablo,
Pablito, el chiquito. El chiquito tiene 20 años y mide casi un metro ochenta. Mi
rostro coleccionó los besos de todos ellos.
Observo todo y pienso,
“¿será que todos los evangelistas celebran así la pascua?” Ipso facto pregunto,
a Silvina, si es tradición de los evangelistas el “desayuno pascual”.
Silvinita, primero me corrige “evangélicos no evangelistas”, y me corrobora que
si lo es, pero por lo que ella conoce, sólo de la denominación Bautista.
Silvina es una hermosa
mujer, dulce, su sonrisa y su voz, emanan el perfume de la ternura. Ella es
feliz al tener toda mi atención. No es necesario que indague como la tratan los
evangelistas, o evangélicos, pues a cada minuto nos interrumpen para tener
alguna expresión de amor. Un beso, un “abracito”, un “te amamos”, un “¡qué
bueno que vino tú hija!”. Sil corrige, “¡No, una amiga!”
Pasaron unos 45
minutos del pantagruélico “desayuno pascual” y nos invitaron a pasar al templo.
Allí dejo a Sil para hablar con un grupo de personas que están adelante en
ronda, tomadas de las manos, con los ojos cerrados y hablando. Trato de saber
qué clase de ritual están representando, aunque creo están rezando. Después me
dijeron que estaban orando, que se diferencia del rezar católico porque no
repiten letanías o frases. Me explicaron “cuando oramos estamos hablando con
nuestro papá, con esa familiaridad y con
ese amor”.
Observé el interior
del templo y lo primero que llamó mi atención fue que estaba, casi, libre de
ornamentos. Los bancos de madera, con un tipo de estilo antiguo, eran asientos
no reclinatorios. Las cortinas de un suave color mostaza sin más adorno que la
belleza del brocado. Detrás del púlpito se yergue una especie de pecera gigante,
sin peces y sin agua. Por encima de ella una fina cruz de madera.
Una joven detrás del
púlpito comenzó a decir, de una manera un tanto extraña, que estaba muy triste
por “la muerte de Jesucristo”, se la veía amargada y compungida. De pronto,
jóvenes desde los asientos hablaban con ella.
-¿No te enteraste? RE
SU CI TO
-¿Cómo que resucito?-
contestó ella
-¡Jesucristo resucitó,
Laura!
-¡Que alegría,
resucito!- dijo ella. Mientras los músicos comenzaron a tocar. Ella comenzó a
cantar. Y todos la seguían con la letra puesta en una pantalla a la derecha del
púlpito.
Los rostros de todos
se veían verdaderamente felices al cantar. De pronto me encontré cantando y
saltando con todos como si fuera una más. Un pensamiento me frenó, “¿será que
me lleva la histeria colectiva?”. La verdad es que ellos están felices, si hay
histeria, esta vez, es solo mía.